Viaje por Italia en 7 paradas imprescindibles

Una guía con un recorrido imprescindible de costa este a oeste por Italia

Italia es un destino que nunca pasa de moda. Su riqueza cultural, histórica y gastronómica transforma cada visita en una experiencia única. Este itinerario de 15 días propone 7 paradas clave que recorren el país de este a oeste, atravesando paisajes de cine, ciudades llenas de vida y color y pueblos que parecen sacados de una postal.

Esta guía te invita a descubrir rincones con historia y personalidad, sabores auténticos y experiencias que conectan con la esencia italiana contemporánea.

¿Dónde probar una auténtica pasta di mare? ¿Qué pueblos costeros siguen intactos al paso del tiempo? ¿Cómo explorar la Toscana más genuina? Sigue leyendo y prepárate para inspirarte con un viaje lleno de historia, color y sabor, con paradas cuidadosamente seleccionadas y recomendaciones que siguen siendo relevantes hoy.

7 paradas, 15 días y lugares que siguen mereciendo la pena. Una ruta para viajar e inspirarse siempre.

Vista desde el Puente de Piedra del Gran Canal.
Canal junto a edificios históricos de Venecia.

Primera parada – Venecia

En Venecia se flota. Hay algo hipnótico en la forma en que el agua se cuela entre piedras y fachadas, como si el tiempo se hubiese rendido. En esta ciudad, el movimiento ocurre en cámara lenta. Las barcas cruzan en silencio o con el silbido hipnotizador de un gongolero, los pasos suenan amortiguados sobre las pasarelas de madera. Las fachadas, algunas a punto de deshacerse, otras recién restauradas, parecen respirar juntas, cada una con su historia.

Pasear por el barrio de San Polo, entre ropa tendida y patios minúsculos, te lleva a otra escala. Y si cruzas el puente de Rialto(el más antiguo de los cuatro puentes), puedes hacer una pausa breve pero memorable en el restaurante italiano Da Mamo, variedad de pastas di mare y pizzas. Muy cerca, Suso Gelatoteca mantiene su estatus de templo dulce: su cremosidad es innegociable, incluso cuando la cola da la vuelta a la esquina. La Piazza San Marco es esa postal que parece no cambiar, aunque la hayas visto mil veces en películas. Las mesas y sillas desperdigadas en tonos claros se extienden frente a la imponente Basílica de San Marcos, custodiando el corazón de la ciudad.

Aquí no hay prisa. Lo mejor de Venecia ocurre cuando te sientas junto a un canal, observas cómo el agua refleja la historia y dejas que el eco de una góndola te atraviese, suave y eterno.

Vistas desde el vaporetto de Venecia a Burano.

Vistas del trayecto en vaporetto desde Venecia a Burano

Vista panorámica del canal central de Burano.

SEGUNDA PARADA – BURANO

Desde la laguna veneciana, Burano y otras islas como Murano ofrecen una escapada alternativa para explorar con más calma la vida flotante del Véneto.

El vaporetto parte desde Fondamenta Nuove y, a medida que se aleja del centro, también lo hace del ritmo apresurado de la ciudad. En unos 20 minutos, se alcanza Burano, una sinfonía de color que parece salida de la paleta de un pintor enamorado de los tonos pasteles y vibrantes.

Las fachadas, ordenadas en una armonía cromática regulada por ley, componen una postal viva imposible de no fotografiar… e imposible de olvidar. Todo en esta isla es más íntimo, casi miniatura: calles estrechas donde apenas cabe una bicicleta, ventanas que casi se rozan entre edificios, y cortinas que ondean en las puertas como si respiraran al ritmo del viento.

Burano se recorre despacio. Es un lugar que invita a la observación, a imaginar cómo es la vida cotidiana en un entorno tan cromático, tan particular. No hay experiencia gastronómica destacada que supere al simple acto de caminar por sus callejones: aquí, los ojos comen.

Vista panorámica del lago con montañas al fondo.

Tercera parada – Lago di Garda

El Lago di Garda se extiende como un espejo alargado entre montañas, con una atmósfera que recuerda más al norte de Europa que al sur italiano.

Aquí, la luz cae distinta: no hay calor vibrante, sino reflejos suaves, casi fríos, que parecen diseñados para calmar. Todo invita a bajar el ritmo.

Desde Malcesine, uno de los pueblos más encantadores que bordean el lago, el paisaje se vuelve armonioso: balcones repletos de flores, bicicletas apoyadas, calles empedradas donde todo parece fluir con orden y serenidad.

Más hacía el sur, en Torri del Benaco, a orillas del lago, la terraza del restaurante Alla Grotta se asoma sobre el agua como un palco privilegiado. Desde allí, con un Spritz Aperol en la mano y un plato de pasta carbonara recién hecha, el lago se revela en todo su esplendor.

A unos diez minutos caminando, Spiaggia torri più vicino ofrece otra forma de contemplarlo: nadar entre cisnes o simplemente dejar que el agua te rodee en silencio.

El Garda deja una sensación de equilibrio. Es el tipo de lugar al que uno volvería con un libro, o sin nada. Solo para estar.

Playa con sombrillas perfectamente alineadas a lo largo de la costa.

Cuarta parada – Rimini

Rimini es un verano que se repite, con todo lo que eso significa

Volviendo hacia la costa este, en dirección sur y pasando nuevamente por Venecia, aparece Rimini: una ciudad que, a primera vista, podría parecer irrelevante. Pero bajo su apariencia de balneario nostálgico hay más historia y vida de la que uno espera.

Rimini es como ese lugar al que vuelves sin sorpresas, y sin embargo, te atrapa.

Como un Benidorm a la italiana, tiene algo de espejismo. Uno espera encontrar decadencia vintage, restos de su esplendor sesentero y cierta melancolía arquitectónica. Y la encuentra, sobre todo en la silueta del Gran Hotel Rimini, con su Art Nouveau ligeramente desgastado pero aún imponente.

Y, sin embargo, hay una energía que desborda: calles llenas, una playa infinita con hileras de sombrillas perfectamente alineadas y un mar calmo que parece hecho más para refrescarse que para nadar.

Lo interesante está en esa fricción: entre lo antiguo y lo funcional, lo kitsch y lo familiar. Rimini no trata de sorprender. Aquí, la gente no viene a descubrir, sino a repetir un verano conocido. Y en esa repetición hay una belleza honesta.

Pero entre todos estos contrastes, Rimini guarda una joya discreta: Borgo San Giuliano, su barrio artístico. Un antiguo enclave de pescadores con casas coloridas, callejuelas estrechas y murales que rinden homenaje a Federico Fellini y a la cultura local. Caminarlo es adentrarse en una versión más íntima y creativa de la ciudad.

En su cocina, ocurre lo mismo: sabores simples y auténticos, sin pretensiones. Nada puede fallar con una buena piadina, esa masa de trigo, aceite de oliva, agua y sal que se convierte en un clásico al rellenarse con quesos, embutidos o verduras frescas.

Un lugar donde probarla como se debe: Lella al Mare, sin necesidad de mucho más.

A lo largo del paseo marítimo, aparecen parques infantiles de estética retro, heladerías que parecen ancladas en el tiempo y terrazas donde todo sigue igual. Y eso, precisamente, es parte de su encanto.

Rimini no pretende ser más de lo que es. Y eso, hoy, resulta casi liberador.

Puerto de Rimini, barcos de colores en pleno verano.

En dirección a la costa oeste, hacia el corazón de la Toscana

Atardecer desde Piazzale Michelangelo con tejados en primer plano.

Quinta parada – Florencia

Florencia impone. No tanto por su tamaño, sino por el peso simbólico de su historia. Caminarla es recorrer un museo al aire libre donde los nombres resuenan como capítulos de un libro de arte: Brunelleschi, Botticelli, Dante. Pero también está la otra Florencia la que se cuela por los callejones, la que huele a cuero y espresso recién hecho, la que late con sus propios rituales.

El Duomo, por supuesto, es inevitable. Tanto como lo es hacer una pausa para un desayuno en Cibrèo Cafe, o una comida en La Bussola, restaurante clásico que conserva la esencia florentina desde 1960.

Es al cruzar el Arno hacia el barrio de Oltrarno donde la ciudad baja el tono. Allí, los talleres artesanales siguen vivos, las fachadas muestran las marcas del tiempo y los bares pensados para sus residentes. La belleza aquí es menos evidente, pero más sincera.

Y para cerrar el día, subir al mirador de Piazzale Michelangelo al atardecer es ese cliché que se justifica. El sol cae sobre los tejados terracota, las campanas suenan a lo lejos y, por un momento, todo encaja: la densidad cultural, lo cotidiano, lo eterno.

La Spezia y Portovenere: la antesala perfecta para descubrir Cinque Terre

Casas de colores del puerto de Portovenere.

Sexta parada – Portovenere (La Spezia )

Antes de adentrarse en los cinco pueblos de Cinque Terre, conviene detenerse en La Spezia, ciudad portuaria que muchas veces se pasa por alto, pero que guarda un equilibrio interesante entre vida local y mar. Con una bahía imponente y ritmo relajado, La Spezia actúa como el umbral natural hacia esta región costera.

A pocos kilómetros al sur, aparece Portovenere, un pueblo que no forma parte oficial del parque nacional de Cinque Terre, pero que bien podría ser su sexta joya. Sus casas de colores se alinean frente al mar como una acuarela viva, y su puerto, detenido en el tiempo, invita a perderse sin prisa y a integrarse con los bañistas locales en aguas de un azul que recuerda a Portofino.

Aquí se encuentra Trattoria Tre Torri, un restaurante familiar donde el protagonismo lo tienen los sabores del mar. La pasta ai frutti di mare es el plato estrella, servida en vajilla ilustrada con las icónicas fachadas del puerto. Comer aquí es saborear el Mediterráneo en su forma más pura, mientras las vistas al mar convierten cada bocado en un recuerdo.

Vista del pueblo desde el sendero hacia Monterosso.

Séptima parada – Cinque Terre

Cinque Terre es uno de esos destinos que cautivan al instante. Sus cinco pueblos costeros —Monterosso al Mare, Vernazza, Corniglia, Manarola y Riomaggiore— no forman un solo lugar, sino cinco versiones distintas de un mismo paisaje escarpado.

Cada uno tiene su propio ritmo, su manera de mirar al mar, de abrazar la montaña y de narrar la vida entre acantilados. Monterosso, con sus playas; Vernazza, con su pequeño puerto lleno de color; Corniglia, suspendida entre terrazas de viñedos; Manarola y Riomaggiore, que parecen colgados del acantilado, cada uno con su luz.

El recorrido entre ellos puede hacerse en tren, pero es a pie —especialmente en el tramo entre Vernazza y Monterosso— donde se comprende realmente la conexión entre paisaje y tradición. Caminar sus senderos es mirar Italia de frente, paso a paso, al ritmo del mar.

  • Monterosso al Mare, el más grande de los cinco, es también el más turístico. Pero incluso aquí, si uno se aleja de la playa principal y se adentra en el casco antiguo, se intuye lo que fue antes del boom: pescadores reparando redes, tiendas que huelen a albahaca, y un ritmo más pausado si se sabe dónde mirar.

  • Vernazza tiene un punto teatral. Su plaza principal, justo frente al pequeño puerto, concentra toda la vida del pueblo. Comer una focaccia sentados en las escaleras, con vista al mar, es uno de esos lujos cotidianos que no necesitan decorado. Aquí todo se siente más inmediato, más vívido, como si el tiempo bajara el volumen.

  • Corniglia se gana con esfuerzo. Es el único pueblo sin acceso directo al mar. Para llegar desde la estación, hay que subir más de 350 peldaños. Y sin embargo, vale la pena. Es el más tranquilo, el menos tocado por el turismo. Sus callejuelas tienen ritmo de pueblo: de rutinas lentas, vecinos que aún se saludan por su nombre, y vistas que abrazan el horizonte.

  • Manarola es pura postal. Desde el mirador, las casas parecen colocadas a mano sobre la ladera, enmarcando la bahía como si fuera un escenario. Pero también es lugar de detalles: tomates secándose al sol, gatos dormidos en los escalones, voces en dialecto flotando entre callejones. Un aperitivo con Spritz en Nessun Dorma completa la escena con vistas que se graban para siempre.

  • Riomaggiore, el primero si se llega desde La Spezia, es también uno de los más verticales. Las casas, en rojos, ocres y verdes apagados, parecen apiladas sobre la roca. Algunas muestran el desgaste del salitre, como una herencia con orgullo. Basta bajar al pequeño puerto, entre barcas de madera y cuerdas colgantes, para entender por qué este lugar no necesita filtros: su autenticidad lo dice todo.

Italia no se acaba en siete paradas. Cada región guarda su propio ritmo, su manera de servir la mesa, de narrar la historia y de celebrar lo cotidiano.

Si este recorrido te abrió el apetito de seguir explorando, las Guías Weekender de Italia están hechas para ti. Una colección curada de restaurantes, cafés, tiendas, rutas y rituales locales, reunida en la guía de colección de Florencia y en las guías Weekender de Nápoles, Sicilia y Umbría. Pensadas para descubrir Italia como lo haría un local, conectando con la esencia de su cultura, sus sabores y su ritmo cotidiano.

Guías disponibles en español e inglés — formato impreso y digital descargable.

Fotografías de Le Periplo.